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DRA. MARÍA ELENA REYES “NO ESTUDIÉ MEDICINA PARA VER GENTE MORIR”


Su certificación en medicina paliativa (especialidad médica que atiende pacientes terminales), le brindó la oportunidad a la doctora María Elena Reyes de acercarse a las personas de una forma más compasiva y empática.


Pese a que agradece esa experiencia, reconoce que “no estudié medicina para ver gente morir. Respeto la muerte, pero sabía que podía aportar de otra forma y hacer una diferencia”.

La necesidad de contribuir a la salud y el bienestar de las personas fue su motivación principal para que, hace 15 años, abandonara su trabajo en las salas de emergencia y hospicios y fundara Renouva Medical, espacio en Carolina en el que atiende el problema del sobrepeso holísticamente.

“El paciente que entra por mi puerta no solamente quiere bajar 15 libras. Para mí es importante conocerlo, conocer su núcleo familiar, conocer qué los lleva a no quererse, a no cuidarse. Es importante trabajar la mente, esa conexión de cuerpo y espíritu, nuestro ambiente; si hay gente tóxica, sacarla de mi lado, no conformarme con que tengo que vivir en esta situación”, manifiesta.

Es por ello que, cuando la persona entra al establecimiento, se evalúa su historial médico y se le prepara un programa personalizado que incluye modificación alimentaria, suplementos nutricionales, programa de desintoxicación o el método HCG, y apoyo emocional.

La médica reconoce que fue gracias a un curso que tomó con el doctor Herbert Benson en la Universidad de Harvard que entendió que las personas somos un complemento de mente, cuerpo y espíritu. “Ahí cambió mi visión, porque fue cuando, por primera vez, me explicaron y me dieron la evidencia científica del poder de la mente y de cuánto la mente puede afectar tu salud”, expone.

No todo ha sido color de rosa

Su camino al empresarismo no fue fácil. “Lo hice a cantazo limpio. Mi papá me decía que estaba loca, pero soy bien metódica y estructurada y, entre mis ahorros y la ayuda de mi papá, pude hacerlo”, recuerda quien asegura heredó de su padre la vena empresarial, y de su madre, la sensibilidad y el tacto con la gente.

Hace tres años, aproximadamente, decidió volver a confiar en su instinto para abrir otro establecimiento, en esta ocasión en Guaynabo. No obstante, el destino la sorprendió con una noticia que no esperaba y que le hizo perder el enfoque. En pleno proceso para adquirir el nuevo local, su padre murió a causa de un cáncer en el cordón espinal.

“Eso me cortó las piernas, me quitó las ganas, porque siempre los papás te dicen: ‘Todo va a estar bien. Te metiste en el invento y, si pasa algo, yo estoy aquí’, y ya yo no tenía eso y hacía muchos años que tampoco tenía a mi mamá (su madre murió cuando tenía 16)”, rememora la esposa de Javier Solá y madre postiza de Dailany.

La doctora admite que el apoyo de ambos y de su hermana Ivette y cuñado Edwin, fueron vitales para retomar su pasión. Actualmente, dicha clínica también cuenta con servicios antienvejecimiento desde una mirada holística.

“Es mucho más que un tratamiento específico. Es tu actitud, qué piensas sobre ti, tu responsabilidad de autocuidado. De hecho, he depurado algunas de las alternativas que les ofrezco a mis clientes y ya, por ejemplo, no inyecto botox. No lo pongo porque es una toxina. Si estoy buscando un ambiente limpio para mis pacientes, me contradigo si les pongo una toxina”, indica quien sí utiliza el tratamiento conocido como “PRP”, que inyecta en el rostro células madre del paciente.

Como empresaria está consciente de los retos, pero aun así le gusta motivar a las mujeres a que se animen a emprender. “Deben definir lo que desean, prepararse, educarse y echarle muchas ganas. Todo lo que se hace con pasión está destinado a prosperar”, considera.

Batalla personal contra el sobrepeso

¿Por qué una clínica para el control de peso? Porque ella vive en carne propia la lucha diaria contra la condición. “Una sola persona me ha preguntado: ‘¿Por qué usted hace esto si está obesa?’. Le dije: ‘¿Sabes por qué? porque lo he intentado todo, porque me pongo en sus zapatos y sé que no es fácil, porque lo sigo peleando, no he tirado la toalla, porque nadie va a entender lo que pasa una persona que lleva intentándolo todo, solo el que vive la misma experiencia’”, comparte.

Por eso reconoce que no hay mayor satisfacción que ver que sus pacientes alcancen sus metas. “He tenido pacientes en silla de ruedas porque la obesidad no les permite caminar y es muy gratificante cuando te dicen: ‘Ya me puedo montar en el carro, me puedo bañar sin dificultad’. No hay nada mejor que verlos realizados, ver que lograron sus metas, que me digan: ‘Gracias porque logré salir de una relación tóxica, me siento con las fuerzas para montar mi negocio, ahora puedo ser un ejemplo para mis hijos’. Eso es de mucha satisfacción y para eso yo estudié”, dice, con una sonrisa en el rostro.

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